Con una visión clara y una ambición profundamente arraigada en sus raíces familiares, Cléolia Clergé-André decidió fundar la Maison de Champagne Clergé-André. Desde el principio, su proyecto era obvio: honrar el legado de su familia y al mismo tiempo infundirle una nueva modernidad.

La historia comienza en los valles llenos de luz de Champagne, donde la tierra parece susurrar las historias de generaciones pasadas. En el corazón de este terruño excepcional, Odette y Laurent Rigaut, sus bisabuelos, fundadores de la Maison Rigaut-Bardoux en Chamery. Esta pasión, transmitida cuidadosamente a la siguiente generación, fue transmitida por sus abuelos y luego sublimada por su padre, Pascal Clergé, pilar de la tradición familiar. Su desaparición dejó a Cléolia con una misión: honrar este patrimonio mientras construye su propia visión.

Con este trasfondo lleno de historias y recuerdos, Cléolia decidió fundar la Maison Clergé-André. No reescribir la historia, sino continuarla, sublimarla. Consciente de que la excelencia surge siempre del trabajo colectivo, elige colaborar con viticultores apasionados y cooperativas locales, donde tradición y experiencia se unen para dar origen a añadas que encarnan el alma de Champagne. En este modelo de colaboración, Cléolia no busca apropiarse del gesto de desarrollo, sino ser guardiana de la visión y la excelencia. Cada mezcla, cada elección, está hecha para que cada añada refleje la riqueza de sus raíces y la modernidad de la casa.

Cada botella de Clergé-André es un testimonio vivo de esta transmisión intergeneracional, un equilibrio perfecto entre la herencia de ayer y las ambiciones de hoy. Es un champagne que cuenta una historia: la de una familia, la de un terruño y la de una colaboración con quienes trabajan cada día para revelar lo mejor del Champagne.